sábado, 26 de septiembre de 2015

Prohombres Digitales

En esta era de la sociabilización informática, con la falsa compasión midiéndose a través del número de likes en Facebook (u otras redes sociales) la inanición puede llegar a niveles desorbitantes, incluso desde lo personal. Las horas o los minutos que alguien puede pasar frente a la computadora, compartiendo la imagen de una niña desaparecida, de un perro vagabundo, de un niño enfermo de cáncer quizás, son horas y minutos que sosiegan la conciencia, la más mínima conciencia de los males que aquejan a la humanidad desde tiempos remotos ya. Sucede lo mismo con la condena social. La soledad, la introspección que la tecnología nos da; nos permite librarnos de muchos aspectos que nos condicionan inteligente y saludablemente a la hora de hacer libre un pensamiento, de expresarlo de forma escrita a través de una red social. Hay patrones de comportamiento que son alterados por la ausencia de aquellos a quienes les estamos expresando nuestro pensamiento. No podemos medir ni hacer estadísticas ni elaborar teoría alguna acerca de la valentía o sinceridad de esas expresiones en el caso de que un tema en cuestión estuviese siendo tratado, por ejemplo, en una reunión social; pero coincidirán conmigo tal vez, que nuestro comportamiento a la hora de decir lo que queremos o querramos decir, será de otra manera. Porque la interacción con otros nos produce cambios y efectos en nuestro organismo; y física, moral y espiritualmente; nos expresaremos de otra manera. 

O no. He allí que digo que no podemos elaborar teorías de sinceridad y atrevimiento; constatación alguna de que quien se expresa de X manera a través de la palabra escrita desde una plataforma de red social, sea la misma persona que deba demandar a su interior una compostura, un tono de voz que se adecue a su forma de pensar, una postura corporal que acentúe su idea; todo lo que significa en definitiva, hablar, discutir. Pero esta soledad, esta misma soledad que late mientras escribo frente a la pantalla de mi computadora nos juega y nos jugará una mala pasada a toda esta generación y las generaciones venideras. Patrones de pensamiento serán estudiados tal vez por antropólogos o locos más allá en el tiempo vivientes. Sin la discusión fluida, sin la atención del otro; las palabras escritas siempre tienen un mayor peso para quien las diga, tienen el valor agregado de, valga la redundancia, la palabra escrita. 

Paradójico. Esta soledad nos vuelve más intolerantes, acerca de todo; peligrosamente el yo se hace cada vez más grande, el ego es el dios y el demonio en cada uno de los hombros, hermanados en la causa común de la razón, propia y absoluta. Que incluso amenaza con no tener fin allí, que sea insuficiente, que surja la necesidad! no sólo de imponer un punto de vista; sino de acabar con el de otros (y tal vez todos los) puntos de vista que sean expuestos de manera respetuosa y justa. Y no será sólo la intolerancia aquella que es inherente a un estado espiritual del pensamiento; sino a la nefasta incapacidad de escuchar al otro. No sólo nos vamos volviendo ciegos, nos vamos volviendo sordos. Si no vemos todo el cuadro, si no escuchamos todas las voces, nuestro ejercicio del pensamiento se verticaliza, se monopoliza en escasas y vagas ideas del todo. Y la emisión de un juicio, será como la de un obrador a quien no le han sido suministradas todas las herramientas necesarias para una construcción cualquiera sea; pero sí toda la confianza de realizar finalmente un trabajo brillante. 

Son tiempos donde el yo, está en éxtasis, intoxicado; sumido a una masturbación continua de su ensalzamiento. La tecnología nos da ese atributo sexual, nos seduce con artefactos y formas que nosotros mismos construimos y perfeccionamos a ritmos exuberantes. Conectándonos tecnológicamente con el otro, nos desconectamos humanamente de ese mismo otro. Y mientras más nos deshumanizamos, los juicios, los pensamientos, las ideas tendrán un parámetro cada vez más pobre....



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