lunes, 18 de mayo de 2015

El Dia de los Muertos

Aún recuerdo a un par de amigos en la primaria que tenían la fama bien puesta de osados y revoltosos. Pablo y Darío. Pablo era un rechonchón que hablaba muy rápido y tenía siempre el cabello bien peinado, con gomina; usaba cinto y el pullover dentro del pantalón. Darío era un flaco largo, siempre desalineado, con el cabello siempre revuelto, siempre con más ganas de dormir que de respirar. Se animaban a todo, se peleaban alguna vez a la salida con alguno que se les había hecho el pesado en el recreo. Decían lo que pensaban a todo momento, sin filtro. Incluso durante clase: si se les ocurría algo que hiciera reír a los compañeros, lo decían; para agrado de todos. Eran tipos queribles, además. Si hasta tenían encantadas a algunas profesoras. Fueron ellos quienes cayeron una tarde con la noticia de un descubrimiento increíble...

Cruzando una de las calles de la manzana que ocupaba el predio del colegio, había (y hay) un hospital, el único de la ciudad. Ocupa también el predio de una manzana, y todo el terreno estaba cubierto por árboles. Distribuídas por diferentes sectores habían varias edificaciones todas pertenecientes a distintas áreas del hospital. Una de ellas, y he aquí el descubrimiento de mis compañeros, era la morgue. Nunca supe cómo se habían enterado; pero dijeron que había un ventana, por donde se podía ver a los muertos. Obviamente, nadie les creyó esto último; y nos desafiaron a que a la salida del colegio, fuésemos con ellos, así nos mostraban.

Nos juntamos a la salida. Nos habíamos hecho amigos sobre todo, porque juntos volvíamos caminando a nuestras casas, y solíamos hacer el mismo recorrido. Un poco por la cercanía, y otro poco por acompañarnos. Así fue que cruzamos la calle, caminamos unos metros por entre unos pinos altísimos, que hacían que por donde caminábamos, no hubiera mucha luz. Íbamos en silencio, con una mezcla de miedo y adrenalina. —Allí es, dijo uno de ellos señalando no sólo el lugar, sino la ventana (que estaba entreabierta) por donde se podía ver a los muertos. Había cerca de la pared unos tambores muy grandes, y algunas cajas y otros trastos que me son indescifrables en la memoria. Por allí subimos todos los que esa tarde nos animamos a subir.

La macana era que nomás alcanzabas a estar en puntas de pie, y tras un gran esfuerzo podías asomarte apenas en la ventana entreabierta de la morgue. Por dentro se veía oscuro, y al final, una puerta semiabierta desde donde lo único que se podía apreciar eran unos pies que una sábana blanca no había alcanzado a cubrir. Y su correspondiente etiqueta colgante. La luz blanquecina hacía que luciera tan fantasmagórica la pequeña escena. Recuerdo haber sentido un poco de miedo; el miedo a que ese pie se moviera justo en el momento en que lo estaba observando. No sólo me hubiera muerto del miedo, sino que me hubiera caído y vuelto a morir del golpe.


Volvimos a asomarnos a aquella ventana durante muchas tardes después de aquella, vimos muchos pies pálidos, se convirtió en rutina luego del colegio. Creo que fue el primer contacto con la muerte que tuvimos aquél pequeño grupo de amigos. Siempre tuvimos la esperanza de ver algo más....nunca pasó, hasta que finalmente nos aburrimos; a seis cuadras del hospital, en un kiosco amigo, comenzaron con un concurso de balero. Sí, de balero. Y nos anotamos, y todas las tardes pasábamos a hacer unos tiros. Pero esa es otra historia.

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