lunes, 6 de abril de 2015

Sartre y Yo

Encontré en casa de mi madre una vieja colección de libros que ella misma me había comprado cuando yo era adolescente. Ella nunca leyó un libro, pero siempre le gustaron como elementos decorativos. Y los que nunca canjeé en la librería todavía resisten inertes y estoicos el paso del tiempo en estantes de muebles y bibliotecas del living y de las habitaciones. Buscábamos un papel médico que necesitábamos y lo tenía guardado entre las páginas de uno de los libros. Así fue como me llevé "prestado" La Náusea, de Sartre. Lo debo haber leído a los tempranos veintipico (calculo), porque no recordaba nada del libro allí. Los libros era de una colección Maestros de la Literatura Contemporánea, colecciones que cada tanto algún diario o revista edita y saca a la luz, en buena hora. Y ella, como dije, que nunca había ni ha leído; me incentivaba (Gracias, Viejita querida!) para que yo así lo hiciera.


Las hojas un tanto amarillentas, tapa azul, dura, con letras doradas; y ese olor tan característico no de los libros, sino de cada uno en especial. La fuente del libro, el estilo de letra: era del tipo Typwritter, es decir, como la de las viejas máquinas de escribir. Son letras grandes, bien cargadas de tinta, en algunas páginas sobre todo; lejos de la impresión de un libro actual cualquiera. Me gusta eso, se ve diferente, y la verdad es que no se cuánto tenga que ver para cada uno el tipo de impresión que se le ha dado, el tipo de fuente elegida para la lectura en sí. Tal vez para otros no signifique nada, pero para mí sí. Confieso que al principio me costó engancharme por esa misma razón, pero luego, una vez que las palabras fluyen en la imaginación, es lo de menos.

Me toma un par de semanas leerlo. Tengo tiempo en el trabajo. Alguna que otra tarde, mientras dejo que mi hijo juegue un rato en la computadora, lo acompaño leyendo cerca desde un sillón incómodo que tenemos. Nos ignoramos pero nos sabemos presentes. Debo confesar que me gusta que me vea leer, tengo la esperanza de que tarde o temprano le llame poderosamente la atención y sienta curiosidad, todavía es pequeño. Mientras Sartre, o su personaje, me habla y me cuenta de toda su enorme soledad. Esa soledad del ser humano que no está emparentada con la tristeza (o tal vez sí un poco, cuando el amor juega sus cartas). Me encuentro en algunos breves pasajes del libro muy emparantado con su forma de ver, y hasta me parece haber sentido La Náusea alguna vez en mi corta vida. Muy loco. El libro está escrito a modo de diario y su modo de describir situaciones, paisajes y pensamientos es melancólica, poderosamente melancólica. Sumergirse en la lectura es entrar en una atmósfera densa, oscura, como si a una niebla se adentrara uno. E irremediablemente hace que asocies esas situaciones, paisajes y pensamientos con uno mismo.

Hubo una noche que en el laburo se cortó la luz de madrugada y no volvió hasta las dos horas. Yo debía quedarme despierto obviamente, así que tomé una linterna muy grande, la acomodé en una mesa de manera tal que apunte hacia la página del libro abierto y leí así el transcurso de la espera. Avancé muchísimo, fueron muchas páginas, fue el momento que más me transportó hacia otro lado. Cuán importante es a veces leer en el más completo y absoluto silencio.

Les dejaré un pequeño párrafo que, como siempre hago cuando considero importante hacerlo, puse entre corchetes, con un lápiz negro; y que de alguna forma, como dije más arriba, asocié conmigo mismo:

"He pensado lo siguiente: para que el suceso más trivial se convierta en aventura, es necesario y suficiente contarlo. Esto es lo que engaña a la gente; el hombre es siempre un narrador de historias; vive rodeado de sus historias y de las ajenas, ve a través de ellas todo lo que le sucede, y trata de vivir su vida como si la contara".

Nunca es tarde ni para leer, ni para releer un libro, cualquiera sea. Nunca somos los mismos. Yo lo recomiendo, claro, por qué no?.

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